Grandes astrónomos (de Newton a Laplace)
Francisco Arago
Espasa-Calpe. 1968
Páginas 37, 38, 39 y 40.
Edmond Halley nació en Londres el 8 de noviembre de 1656. Carecemos de referencias acerca de su infancia; la única que tenemos es que a los diecisiete años estudiaba latín, griego, hebreo, árabe, álgebra y geometría, con gran éxito, en uno de los colegios de Oxford. Pero pronto demostró su preferencia por la Astronomía. Persuadido desde sus primeros pasos de que el progreso de esta ciencia dependía de la formación de un catálogo de estrellas meridionales que completara el de Tico Brahe, decidió trasladarse al hemisferio austral para ejecutar su trabajo. Provisto de grandes recomendaciones del rey Carlos II y de los directores de la Compañía de Indias, se embarco en el mes de noviembre de 1676 para Santa Elena, donde esperaba encontrar un clima propicio para las observaciones astronómicas, pero sufrió un cruel desengaño: las brumas le ocultaban casi de continuo el cielo. Descorazonado por estas contrariedades y por los enredos que le suscitaba continuamente un alto empleado de la administración, cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros,partió de la isla maldita después de una estancia de alrededor de un año. Ya en Inglaterra se ocupó, sin descanso, en la redacción de una crónica de su viaje y en multitud de investigaciones importantes.
El deseo de convencer a Hevelius sobre la conveniencia de las observaciones hechas con instrumentos divididos, provistos de pínulas telescópicas (lentes) en vez de pínulas comunes, le llevo a danzig, donde tuvo una entrevista con el astrónomo polaco. Tenía entonces veintitrés años. Recorrió a continuación Alemania, Italia y Francia, dejando por todas partes el recuerdo de un hombre agradable y de gran inteligencia. Ya de vuelta a Inglaterra, reaundó con ardor sus trabajos. Contrajo matrimonio en el año 1682.
Un trabajo que publicó sobre la declinación de la aguja imantada le indujo a someter la nueva teoría a la prueba de experencias decisivas. El gobierno le confió un navío, con el cual abandonó las costas de Inglaterra el día 3 de noviembre de 1698. Pero algunos accidentes de navegación y la insobordinación del segundo de a bordo le forzaron a volver, sin haber cumplido su misión, a comienzos de julio de 1699. Las autoridades castigaron al teniente. Halley partió de nuevo en septiembre del mismo año. Llevó sus investigaciones al Atlántico, hasta el momento en que le detuvieron las barreras de hielo en el grado 52 de latitud austral. El 18 de septiembre de 1700 atracó, de vuelta, en las costas de Inglaterra. Es notable que en su viaje tan largo y en climas tan diversos no perdiera ni un solo hombre de su dotación.
En los trabajos del capitán Halley (pues durante algún tiempo usó ese nombre) podemos citar un mapa de las costas de la Mancha que ejecutó con toda la exactitud que se lo permitían los instrumentos de su época.
En 1703 reeemplazó a Wallis en la cátedra de Geometría que tenía en Oxford, y en 1713 fue nombrado Secretario de la Real Sociedad de Londres.
Al acaecer en 1720 la muerte de Flamsteed, Halley fue designado Director del Observatorio de GreenWich.
Durante el año 1729, la Academia de Ciencias de París le confirió el título correspondiente de socio extranjero.
Falleció a la edad de ochenta y seis años, el 25 de enero de 1742, a consecuencia de una parálisis que le había atacado algunos años antes.
Vamos a indicar a continuación algunos de sus principales descubrimientos:
Halley fue el primero en señalar las desigualdades en sentido contrario que experimentan Júpiter y Saturno en sus velocidades de traslación alrededor del Sol.
Mostró el partido que se puede sacar del pasaje de Venus para determinar la distancia del Sol a la Tierra.
Demostró que ciertos cometas describen elipses, e indicó un medio muy simple para predecir su retorno.
A él se deben las primeras ideas que se han tenido acerca del movimientopropio de las estrellas.
Se nota, a través de este breve resumen, que Halley merece pasar a la posteridad como uno de los sabios que más ha contribuido al progreso de la Astronomía. Su genio científico fue apreciado en seguida, pues iba unido a un carácter muy noble.
Weidler, al comentar el relato de su viaje a Santa Elena, otorga al autor el título de incomparable. Flamsteed lo proclamó el Tico del Sur.
Una cosa es cierta, y es que en las Notas y Memorias incluidas en las Transacciones filosóficas van a la par la variedad con la profundidad. Agreguemos que hizo plena justicia a los trabajos de sus émulos y se mostró exento de esos prejucios nacionales a los que tantos espíritus superiores no pudieron substraerse. Es así, por ejemplo, como combatiendo a Descartes habla siempre de él con respeto y admiración. ¿Quiere decir esto que no se encuentran en las numerosas cuestiones tratadas por Halley partes débiles y que no pagó tributo a los errores de su época? De ningún modo: atestígualo, por no citar más que un ejemplo, el pasaje de su célebre trabajo de 1714, en el que se determian para la elección del paralaje del Sol, según la preconcepción que la armonía del mundo no podía permitir, que la Luna, planeta secundario, fuera más grande que Mercurio, planeta principal, y que Venus, planeta inferior, desprovisto de satélites, sobrepasara en dimensiones a la Tierra, alrededor de la cual circula un notable satélite.
Halley fue amigo de Newton , que le llevaba catorce años. Esto puede ser citado como un título de gloria para un hombre del mérito de Halley. Arrancó a su amigo, en 1686, la Filosofía natural, que este gran hombre no se decidía a publicar, y la entregó al editor para su impresión. Ninguna nube oscureció la amistad de estos dos célebres hombres. El hecho es tanto más digno de mención cuanto que Newton era profundamente piadoso, y Halley, por el contrario, según las referncias de sus contemperáneos, llevaba su escepticismo hasta el límite. La tolerancia de la hicieron gala estos dos grandes hombres, y el respeto que sus creencias les inspiraban recíprocamente, merecen ser considerados como un ejemplo de compensación y deferencia.
Halley cultivó la poesía latina con éxito, como lo prueban los versos en que celebra los admirables descubrimientos de Newton y que encabezan los principios de la Filosofía natural, edición de 1713. Estos versos han sido apreciados por todos los conocedores, y servirán, si fuera necesario, para demostrar que los estudios matemáticos no agostan el alma ni la imaginación.
¡Vaya verborrea que tenía Arago! Lo que más me llama la atención del capítulo (transcripción íntegra) dedicado a Halley es que no habla del "cometa Halley" y me imagino que es porque Arago murió en 1853 y por aquel entonces no le habían puesto nombre al cometa.
Mañana hace 356 años que nació Halley.
Arago ya estuvo aquí.