La astronomía conquista el universo


La astronomía conquista el universo. Un estudio del cielo y las estrellas.

Joachim Herrmann


Círculo de lectores. 1968


Páginas 31, 32, 33 y 34.
Copérnico, reformador de la Astronomía
El 19 de febrero de 1473 nació en Thorn el que había de dar el paso mayor y más fecundo en el camino hacia la Astronomía de la Era Moderna: Nicolas Koppernigk, o, como se llamaba a sí mismo también, de manera latina, Nicolaus Copernicus. A los 18 años se trasladó Copérnico a Cracovia, y posteriormente a las famosas Universidades italianas de Bolonia, Ferrara y Padua, para estudiar Teología, Medicina, Derecho y, finalmente, Matemáticas y Astronomía. Naturalmente, allá fue instruido en el sistema ptolomeico, con los complementos más recientes. Al mismo tiempo se ocupaba de los escritos de los matemáticos y astrónomos griegos, según los cuales la Tierra debía moverse. Copérnico manifestó repetidamente que la lectura de estos antiguos escritos incitaba a la reforma de la teoría planetaria:
«Hacia tiempo también que comencé a ponderar la incertidumbre de las doctrinas matemáticas transmitidas, de cómo se debían interpretar los movimientos de las esferas, comenzando a hartarme de que no fuese entre los filósofos, quienes por lo demás cuidan de investigar con tan prolijo y esmerado cuidado las más insignificantes cuestiones de su dominio, donde se pudiera conciliar una valedera teoría del movimiento del Universo, el cual, a pesar nuestro, ha sido construido por el mejor y más cumplido maestro de obras.»
 Copérnico se daba cabal cuenta de las debilidades del sistema universal de Ptolomeo, concibiendo por ello la idea de hacer suya y examinar minuciosamente la teoría del movimiento de la Tierra y los planetas en derredor de un Sol situado en el centro. Sólo para la Luna admitió un movimiento en torno a la Tierra, mientras reconocía como aparente el curso cotidiano de todos los cuerpos celestes y atribuía a la Tierra un giro (rotación) sobre su eje, de período 24 horas.
¡Parece sumamente curioso que la Edad Media no viese la Tierra como esfera ni reconociera que gira! ¡Cuán rápidos debían ser los astros más alejados si querían circundarla en un día!
Estas y otras dificultades pudo solventarlas en seguida, contraponiendo a la teoría de Ptolomeo otra por primera vez mucho más sencilla, que no dejaba nada que desear en cuanto a claridad. También las peculiares curvas (epicidos) de los planetas fueron explicadas por el movimiento de la Tierra y el Sol, como lo expondremos con mayor detalle más adelante.
Las restricciones de sus contemporáneos, que conferían al Sol una representación subordinada en el Universo, situando a la Tierra en el trono del Cosmos, las invalidó Copérnico con las palabras siguientes:
«En el centro del Universo reposa el Sol. ¿Quién pues colocaría en este maravilloso templo esta lámpara en otro lugar mejor, desde el cual pudiera alumbrarlo todo simultáneamente? Máxime cuando algunos, no desacertados, lo denominan la Luz, otros el alma y otros aun guía del Universo. Trigemisto lo llamaba el dios visible, y la Electra de Sófocles, el que todo lo ve. Así enseñorea el Sol, como desde el trono de un monarca, a la circundante familia de los astros.»
Desgraciadamente, se advirtieron también defectos manifiestos en el sistema de Copérnico. Las posiciones de los planetas no podían ser calculadas mejor con él que con la forma original de la teoría ptolomeica. ¡Y así, el propio Copérnico hubo de refugiarse en los numerosos epiciclos, precisando igualmente al final no menos de 34! Con ello, también su sistema había perdido en sencillez, y puesto que apenas pudo hallar mejores efemérides de los movimientos de los planetas, no es de extrañar que su doctrina fuera desestimada o, en el mejor de los casos, situada como una posible junto a otras.
Finalmente, hubo de luchar Copérnico contra la misma objeción que hubieron de oír asimismo los antiguos propugnadores de un sistema universal heliocéntrico: si la Tierra se mueve alrededor del Sol, debería, en el transcurso de unos años, desplazarse la posición de las estrellas fijas. Nada había empero que se observara al respecto.
Copérnico vaciló mucho tiempo antes de divulgar sus ideas. Temía la oposición de sus contemporáneos. Mas finalmente se sintió decidido en 1514, a estampar sus pensamientos en el «Comentariolus», enviando la obra a amigos y elevados dignatarios de la Iglesia. El matemático Reticus, de Wittenberg, emprendió viaje en 1539 para ir junto a Copérnico (quien desde 1512, y salvo breves interrupciones, ocupaba el cargo de canónigo en Frauenburg) con el fin de orientarse sobre esta teoría. Reticus escribió un año después la «Narratio prima», un primer informe sobre la nueva construcción del Universo. La obra principal de Copérnico, «De revolutionibus orbium coelestium» (sobre las revoluciones de las órbitas celestes) se publicó por vez primera en 1543. El eclesiástico luterano Osiander, quien se ocupó de la impresión de la obra en Nüremberg, incluyó en ella sin conocimiento de Copérnico, pero bajo su nombre, un prefacio en el cual se presentaba únicamente como hipotética la nueva teoría. Y probablemente Copérnico ni siquiera se dio cuenta de la mixtificación, ni habría de dársela más; puesto que recibió las primeras pruebas de su obra en el lecho de muerte (falleció el 24 de mayo de 1543).
Con este prefacio había mermado de antemano la fuerza de penetración de la obra maestra de Copérnico. De todos modos, no había pasado mucho tiempo desde que la Iglesia católica se había opuesto a estas teorías. El Papa Pablo III aceptó sin protesta, el ejemplar que a él le fuera dedicado. Y todavía, en 1582, el Papa Gregorio XIII realizó una reforma del calendario con ayuda de tablas astronómicas confeccionadas según el sistema de Copérnico.
Era en el lado protestante donde se advertía antipatía. Y así Lutero dijo de Copérnico: «Ese loco va a enredar todo el arte de la Astronomía.»















Hoy se cumplen 540 años del nacimiento de Nicolás Copérnico (o Mikołaj Kopernik en polaco o Nicolaus Copernicus en latín).