Breve historia de la Astronomía

Breve historia de la Astronomía con el elogio histórico de Laplace por J. Fourier.

P. S. Laplace

Espasa-Calpe Argentina, S.A. 1947


Páginas 23, 24, 25 y 26.
Laplace conservó hasta una edad muy avanzada esa memoria extraordinaria que se había hecho notar desde sus primeros años; preciado don que no es el genio, pero que sirve para adquirirlo y para conservarlo. No cultivó las bellas artes, pero las apreciaba. Amaba la música italiana y les versos de Racine y a menudo le gustaba citar de memoria diversos pasajes del gran poeta. Las composiciones de Rafael adornaban sus habitaciones. Se las encontraba al lado de los retratos de Descartes Francisco Viète, Newton, Galileo y Euler.
Siempre tuvo el hábito de a1imentarse muy frugalmente, disminuyó cada vez más y en forma excesiva su alimentación. Su vista muy delicada exigía continuas precauciones; pero llegó a conservarla sin ninguna alteración. El cuidado de sí mismo siempre tuvo una única finalidad: reservar todo su tiempo y todas sus fuerzas para los trabajos espirituales. Vivió para las ciencias y éstas han perpetuado su memoria.
Había contraído el hábito de una excesiva constención espiritual, tan perjudicial para la salud, tan necesaria para los estudios profundos. Sin embargo, sólo en sus dos últimos años experimentó un sensible debilitamiento.
Al comienzo del mal por el que sucumbió, se observó con pavor un instante de delirio. Todavía se ocupaba de las ciencias. Hablaba con ardor no acostumbrado del movimiento de los astros, y después de una experiencia de física, que decía fundamental, anunciando a los supuestos oyentes que iría muy pronto a informar a la Academia sobre esas cuestiones. Sus fuerzas le abandonaron cada vez más. Su médico, que merecía toda su confianza por su talento superior y por las atenciones que sólo puede inspirar la amistad, velaba junto a su lecho. Bouvard, su colaborador y amigo, no lo abandonó ni un solo instante.
Rodeado de una familia querida, bajo la mirada de una esposa cuya ternura le había ayudado a soportar las penas inseparables de la vida, cuya amenidad y gracia le habían hecho apreciar los valores de la felicidad hogareña, recibió de su hijo, el marqués de Laplace, los testimonios de la piedad más conmovedora. Demostró profundo reconocimiento por las reiteradas pruebas de interés que por él mostraron el Rey y el Delfín.
Las personas que presenciaron sus últimos instantes le recordaron los títulos de su gloria y sus descubrimientos más brillantes. Respondió: «Lo que conocemos es poco, lo que ignoramos es inmenso». Al menos, por lo que se ha podido captar, ésta es la significación de sus últimas palabras apenas articuladas. Por lo demás, le habíamos oído a menudo expresar ese pensamiento, y casi en los mismos términos. Expiró sin dolor.
Su hora suprema había llegado; el poderoso genio que durante tanto tiempo le había animado, se separó de su envoltura mortal y retornó a los cielos.
El nombre de Laplace honra a una de nuestras provincias ya tan fecunda en grandes tipos, la vieja Normandía. Había nacido el 23 de marzo de 1749; sucumbió a los 78 años de edad, el 5 de mayo de 1827, a las nueve de la mañana.
Os recordaré, señores, la sombría tristeza que se esparció en este palacio como una nube, cuando se os anunció la fatal nueva. Era el día y la hora de vuestras sesiones acostumbradas. Cada uno de vosotros guardó triste silencio, cada uno experimentaba el dolor del golpe funesto que las ciencias acababan de recibir. Todas las miradas se dirigían hacia el lugar que tanto tiempo había ocupado entre vosotros. Un solo pensamiento os acompañaba; cualquier otra meditación se había tornado imposible. Os separasteis por el efecto de una resolución unánime, y, por esa sola vez, quedaron interrumpidos vuestros trabajos habituales.
Es sin duda bello, es glorioso y digno de una nación poderosa, discernir honores brillantes a la memoria de sus hombres célebres. En la partida de Newton, los jefes de Estado quisieron que los restos de ese grande hombre fuesen solemnemente depositados entre las tumbas reales. Francia y Europa han ofrecido a la memoria de Laplace una expresión de sus sentimientos, indudablemente menos fastuosa, pero acaso más conmovedora y sincera.
Ha recibido un homenaje poco común; se lo han rendido los suyos en el seno de una asociación de sabios, únicos capaces de apreciar todo su genio. La voz desconsolada de las ciencias se ha hecho sentir en todos los lugares del mundo donde ha penetrado la filosofía. Tenemos ante la vista múltiple correspondencia de todas las partes de Alemania, Inglaterra, Italia, Nueva Holanda, las posesiones inglesas en la India, las dos Américas; y en ella toda hallamos los mismos sentimientos de admiración y de pesar. En verdad, ese duelo universal de las ciencias, tan noble y libremente expresado, no tiene menos sinceridad y brillo que la pompa sepulcral de Westminster.
Antes de terminar este discurso, permítaseme reproducir una reflexión que afloraba espontáneamente cuando recordé en este recinto los grandes descubrim mientos de Herschel, pero que se aplica más directamente todavía a los de Laplace.
Vuestros sucesores, señores, verán cumplirse los grandes fenómenos cuyas leyes él ha descubierto. Observarán en los movimientos lunares las variaciones que él predijo y cuyas causas solamente él pudo determinar. La observación continua de los satélites de Júpiter perpetuará la memoria del inventor de los teoremas que rigen sus trayectorias. Las grandes perturbaciones de Júpiter y Saturno, persiguiendo sus largos períodos y dando a esos astros posiciones nuevas, recordarán sin cesar uno de sus más grandes descubrimientos. He aquí los títulos de una gloria verdadera que nada puede aniquilar. El espectáculo del cielo variará; pero en esás épocas remotas siempre subsistirá la gloria del inventor: las huellas de su genio llevan el sello de la inmortalidad.
Os he presentado, señores, algunos rasgos de una vida ilustre consagrada a la gloria de las ciencias: ¡Quieran vuestros recuerdos suplir tan débiles acentos! ¡Que la voz de la patria y la de la humanidad entera se alcen para loar a los benefactores de las naciones, único homenaje digno de aquellos que, como Laplace, han podido ensanchar el dominio del pensamiento y asegurar al hombre la dignididad de su ser, revelando a nuestra vista toda la majestad de los cielos!

















Pierre Simon Laplace murió el 5 de marzo de 1827, a las 9 de la mañana según dice el texto. Este pertenece al "Elogio histórico de Laplace" por parte de Fourier.