A través del espejo y lo que Alicia encontró al otro lado.
Lewis Carroll
Alianza Editorial, S.A. 1983
Páginas 28 y 29.
Páginas 159 a 161.
La Reina roja rompió el silencio diciéndole a la blanca:
—Te invito al banquete que dará Alicia esta tarde.
La Reina blanca le devolvió una sonrisa desvalida y le contestó:
—Y yo te invito a a ti.
—Es la primera noticia que tengo de que vaya yo a dar una fiesta —intercaló Alicia—, pero si va a haber una me parece que soy yo la que debe invitar a la gente.
—Ya te dimos la oportunidad de hacerlo —observó la Reina roja—, pero mucho me temo que no te han dado aún bastantes lecciones de buenos modales.
—Los buenos modales no se aprenden en las lecciones —corrigió Alicia—. Lo que se enseña en las lecciones es a sumar y cosas por el estilo.
—¿Sabes sumar? —le preguntó la Reina blanca—. ¿Cuánto es uno y uno y uno y uno y uno y uno y uno y uno?
—No sé —dijo Alicia—; he perdido la cuenta.
—No sabe sumar —interrumpió la Reina roja—. ¿Sabes restar? ¿Cuánto es ocho menos nueve?
—Restarle nueve a ocho no puede ser, ya sabe —replicó Alicia vivamente—, pero, en cambio…
—Tampoco sabe restar —concluyó la Reina blanca—. ¿Sabes dividir? Divide un pan con un cuchillo…, ¡a ver si sabes contestar a eso!
—Supongo que… —estaba empezando a decir Alicia.
Pero la Reina roja contestó por ella:
—Pan y mantequilla, por supuesto. Prueba hacer otra resta: quítale un hueso a un perro y, ¿qué queda?
Alicia consideró el problema:
—Desde luego el hueso no va a quedar si se lo quito al perro…, pero el perro tampoco se quedaría ahí si se lo quito; vendría a morderme…, y en ese caso, ¡estoy segura de que yo tampoco me quedaría!
—Entonces, según tú, ¿no quedaría nada? —insistió la Reina roja.
—Creo que esa es la contestación.
—Equivocada, como de costumbre —concluyó la Reina roja—. Quedaría la paciencia del perro.
—Pero no veo cómo…
—¿Que cómo? ¡Pues así! —gritó la Reina negra—: El perro perdería la paciencia, ¿no es verdad?
—Puede que sí —replicó Alicia con cautela.
—Entonces si el perro se va, ¡tendría que quedar ahí la paciencia que perdió! —exclamó triunfalmente la Reina roja.
Alicia objetó con la mayor seriedad que pudo:
—Pudiera ocurrir que ambos fueran por caminos distintos. —Sin embargo, no pudo remediar el pensar para sus adentros: Pero ¡qué sarta de tonterías que estamos diciendo!
—¡No tiene ni idea de matemáticas! —sentenciaron enfáticamente ambas reinas a la vez.
—¿Sabe usted sumar acaso? —dijo Alicia, volviéndose súbitamente hacia la Reina blanca, pues no le gustaba tanta crítica.
A la Reina se le cortó la respiración y cerró los ojos:
—Sé sumar —aclaró— si me das el tiempo suficiente… Pero no sé restar de ninguna manera.
—¿Supongo que sabrás tu A B C? —intimó la Reina roja.
—¡Pues no faltaba más! —respondió Alicia.
—Yo también —le susurró la Reina blanca al oído—: lo repasaremos juntas, querida; y te diré un secreto… ¡Sé leer palabras de una letra! ¿No te parece estupendo? Pero en todo caso, no te desanimes, que también llegarás tú a hacerlo con el tiempo.
Al llegar a este punto, la Reina roja empezó de nuevo a examinar:
—¿Sabes responder a preguntas prácticas? ¿Cómo se hace el pan?
—¡Eso sí que lo sé! —gritó Alicia muy excitada—. Se toma un poco de harina…
—¡Qué barbaridad! ¡Cómo vas a beber harina! —se horrorizó la Reina blanca.
—Bueno, no quise decir que se beba sino que se toma así con la mano, después de haber molido el grano…
—¡No sé por qué va a ser un gramo y no una tonelada! —siguió objetando la Reina blanca—. No debieras dejar tantas cosas sin aclarar.
—¡Abanícale la cabeza! —interrumpió muy apurada la Reina roja—. Debe de tener ya una buena calentura de tanto pensar. —Y las dos se pusieron manos a la obra abanicándola con manojos de hojas, hasta que Alicia tuvo que rogarles que dejaran de hacerlo pues le estaban volando los pelos de tal manera.
Vuelve Alicia, mi incomprendida, porque Lewis Carroll nació el 27 de enero de 1832 en Darisbury.
El índice del libro es esa loca partida de ajedrez que muestro en las primeras imágenes.
Lewis Carroll estuvo por aquí.
Lewis Carroll
Alianza Editorial, S.A. 1983
Páginas 28 y 29.
Páginas 159 a 161.
La Reina roja rompió el silencio diciéndole a la blanca:
—Te invito al banquete que dará Alicia esta tarde.
La Reina blanca le devolvió una sonrisa desvalida y le contestó:
—Y yo te invito a a ti.
—Es la primera noticia que tengo de que vaya yo a dar una fiesta —intercaló Alicia—, pero si va a haber una me parece que soy yo la que debe invitar a la gente.
—Ya te dimos la oportunidad de hacerlo —observó la Reina roja—, pero mucho me temo que no te han dado aún bastantes lecciones de buenos modales.
—Los buenos modales no se aprenden en las lecciones —corrigió Alicia—. Lo que se enseña en las lecciones es a sumar y cosas por el estilo.
—¿Sabes sumar? —le preguntó la Reina blanca—. ¿Cuánto es uno y uno y uno y uno y uno y uno y uno y uno?
—No sé —dijo Alicia—; he perdido la cuenta.
—No sabe sumar —interrumpió la Reina roja—. ¿Sabes restar? ¿Cuánto es ocho menos nueve?
—Restarle nueve a ocho no puede ser, ya sabe —replicó Alicia vivamente—, pero, en cambio…
—Tampoco sabe restar —concluyó la Reina blanca—. ¿Sabes dividir? Divide un pan con un cuchillo…, ¡a ver si sabes contestar a eso!
—Supongo que… —estaba empezando a decir Alicia.
Pero la Reina roja contestó por ella:
—Pan y mantequilla, por supuesto. Prueba hacer otra resta: quítale un hueso a un perro y, ¿qué queda?
Alicia consideró el problema:
—Desde luego el hueso no va a quedar si se lo quito al perro…, pero el perro tampoco se quedaría ahí si se lo quito; vendría a morderme…, y en ese caso, ¡estoy segura de que yo tampoco me quedaría!
—Entonces, según tú, ¿no quedaría nada? —insistió la Reina roja.
—Creo que esa es la contestación.
—Equivocada, como de costumbre —concluyó la Reina roja—. Quedaría la paciencia del perro.
—Pero no veo cómo…
—¿Que cómo? ¡Pues así! —gritó la Reina negra—: El perro perdería la paciencia, ¿no es verdad?
—Puede que sí —replicó Alicia con cautela.
—Entonces si el perro se va, ¡tendría que quedar ahí la paciencia que perdió! —exclamó triunfalmente la Reina roja.
Alicia objetó con la mayor seriedad que pudo:
—Pudiera ocurrir que ambos fueran por caminos distintos. —Sin embargo, no pudo remediar el pensar para sus adentros: Pero ¡qué sarta de tonterías que estamos diciendo!
—¡No tiene ni idea de matemáticas! —sentenciaron enfáticamente ambas reinas a la vez.
—¿Sabe usted sumar acaso? —dijo Alicia, volviéndose súbitamente hacia la Reina blanca, pues no le gustaba tanta crítica.
A la Reina se le cortó la respiración y cerró los ojos:
—Sé sumar —aclaró— si me das el tiempo suficiente… Pero no sé restar de ninguna manera.
—¿Supongo que sabrás tu A B C? —intimó la Reina roja.
—¡Pues no faltaba más! —respondió Alicia.
—Yo también —le susurró la Reina blanca al oído—: lo repasaremos juntas, querida; y te diré un secreto… ¡Sé leer palabras de una letra! ¿No te parece estupendo? Pero en todo caso, no te desanimes, que también llegarás tú a hacerlo con el tiempo.
Al llegar a este punto, la Reina roja empezó de nuevo a examinar:
—¿Sabes responder a preguntas prácticas? ¿Cómo se hace el pan?
—¡Eso sí que lo sé! —gritó Alicia muy excitada—. Se toma un poco de harina…
—¡Qué barbaridad! ¡Cómo vas a beber harina! —se horrorizó la Reina blanca.
—Bueno, no quise decir que se beba sino que se toma así con la mano, después de haber molido el grano…
—¡No sé por qué va a ser un gramo y no una tonelada! —siguió objetando la Reina blanca—. No debieras dejar tantas cosas sin aclarar.
—¡Abanícale la cabeza! —interrumpió muy apurada la Reina roja—. Debe de tener ya una buena calentura de tanto pensar. —Y las dos se pusieron manos a la obra abanicándola con manojos de hojas, hasta que Alicia tuvo que rogarles que dejaran de hacerlo pues le estaban volando los pelos de tal manera.
Vuelve Alicia, mi incomprendida, porque Lewis Carroll nació el 27 de enero de 1832 en Darisbury.
El índice del libro es esa loca partida de ajedrez que muestro en las primeras imágenes.
Lewis Carroll estuvo por aquí.